“Conócete a ti mismo y conocerás el Universo y a los Dioses”. Así rezaba la famosa frase que dice la tradición que estaba inscrita en la entrada del templo de Apolo en Delfos. Filosofía y ciencia han buscado siempre conocer al ser humano. Quizá, como decía la frase, sólo necesitamos observarnos a nosotros mismos para descubrir los mecanismos que mueven a otros seres y al mismo mundo. Quizá sea necesario un “mirar adentro” más concreto, más mecánico y menos metafísico, al menos para llegar a conocer bien lo concreto y lo mecánico. Pero no se puede medir el aire con una regla. Filosofía y ciencia tratan, por tanto, de acercarse a los interrogantes que rodean al hombre y dar respuesta a algunas de sus preguntas en la manera en la que cada una puede hacerlo. ¿Qué es lo que nos hace humanos? ¿En qué nos diferenciamos de los animales? ¿A dónde nos lleva (o debería llevar) la evolución? Las respuestas podrían aparentar ser diferentes, pero como en la famosa fábula de los ciegos y el elefante, a veces el conocimiento global sólo se obtiene con la capacidad de integrar las visiones parciales.
Hace unos años se puso en marcha un proyecto denominado Blue Brain, dirigido por el profesor Henry Markram. De ahí salió, en España, el proyecto Cajal Blue Brain, dirigido por el neurocientífico Javier de Felipe. Algún tiempo después, ambos proyectos y ambos investigadores volvieron a aunar esfuerzos dentro de otro proyecto mucho más grande y global, arropado con agrado por la comunidad científica y financiado en buena parte por la Comisión Europea. El Proyecto Cerebro Humano (HBP) dio el pistoletazo de salida en 2013 con la participación de más de 80 científicos españoles. En total eran 23 países los implicados por medio de 109 instituciones europeas. Apenas un año después del comienzo (se espera que el HBP dure unos 10 años) Henry Markram, su director, aseguró que el proyecto iba por buen camino, a pesar varios conflictos con parte de los científicos que apoyaron inicialmente esta titánica tarea. Las razones aducidas: un temprano y sospechoso giro en los objetivos del proyecto, y una supuesta falta de transparencia a la hora de asignar tanto los presupuestos como la elección de los proyectos a investigar.
Sea como sea, lo que sí está claro es que el conocimiento profundo del cerebro humano es un campo de enorme interés para multitud de disciplinas, corporaciones, gobiernos y empresas; hasta el punto de contar, sólo para los tres primeros años del proyecto, con un presupuesto de 72,7 millones de euros.
Entre viaje y viaje, en TnL tuvimos la oportunidad de charlar sobre los objetivos de la neuroinvestigación con el profesor Javier de Felipe, quien coordina el HBP en España. Es, además, investigador de neurobiología en el Instituto Ramón y Cajal del CSIC. Lo primero que le preguntamos brillaba por su originalidad: las diferencias entre humanos y animales. Para de Felipe, a pesar de que somos primates igual que los monos, no se conoce todavía mucho del proceso evolutivo que nos ha llevado a convertirnos en humanos, pero sí que “el cerebro de cada especie es totalmente único“. El cerebro del chimpancé, el del humano, el de la jirafa… todos son distintos, pero no los hay mejores que otros, sólo hay aspectos en los que están más desarrollados. “Por ejemplo, el cerebro humano está más aventajado en pensamiento abstracto y complejo, en la capacidad de proyectar el pensamiento hacia el futuro, pero si hablamos de la memoria olfativa o de la memoria espacial, hay animales que están mil veces más avanzados que nosotros“, explica.
Somos nuestro cerebro
El profesor de Felipe suele hablar en sus charlas y artículos de la plasticidad del cerebro, y de cómo este se ha adaptado a los largo de su historia al entorno sin por ello aumentar el número de neuronas. La neurociencia ha desvelado en los últimos años el papel fundamental que juega el pensamiento en la modificación de las conexiones neuronales. Quizá falta meditación sobre lo que somos, y una mayor reflexión, dice. “Somos nuestro cerebro, y nuestro pensamiento, nuestras ideas religiosas y políticas forman parte de una actividad mental“, señala. El ambiente es, según explica el profesor, decisivo. “Ejerce un efecto dramático en la evolución del cerebro“, así la educación se convierte en algo vital.
Tenemos circuitos neuronales, tenemos personalidad, lenguaje abstracto… pero el ambiente es el que decide y define”
dice, por eso, aunque hablemos de gemelos monocigóticos no serán nunca iguales, porque el ambiente les influirá de manera distinta. Por eso somos distintos. Explica de Felipe que el cerebro es como una esponja, con una capacidad inmensa de conectarse y reconectarse tanto en niños como en adultos. Quizá en personas más mayores la capacidad de reorganizar el cerebro sea menor, pero igualmente los estímulos psíquicos son capaces de reconexionar los circuitos neuronales en las personas.
Dentro del trabajo investigador del profesor de Felipe, se ha desarrollado una nueva técnica para conocer mejor la estructura de las espinas dendríticas de las neuronas basado en la música. Los atributos musicales, cuenta de Felipe, han ayudado a los científicos a conocer mejor el diseño cerebral. Las espinas dendríticas de las células piramidales son las que realizan las conexiones en el cerebro. Son como las espinas de un rosal, y los científicos quieren saber cómo se crea esa estructura, si la distribución es aleatoria, si es helicoidal… “Al mirar un rosal y ver las espinas observas que hay una aquí y otra allá, pero no resulta tan fácil deducir cuál es el patrón. Sin embargo, al adjudicar notas musicales sí que es posible hacerlo“. A cada espina se le adjudica un sonido. Los espacios sin espina son silencios dentro de esa peculiar partitura. Igualmente el tamaño de la espina ofrece un sonido mucho más intenso y potente, “como los bocinazos de una trompeta“, explica de Felipe. En 2D no se ven las estructuras, pero a ponerles sonido pueden “oírse”. La distribución de sonidos y silencios, o la aparición de las “trompetas” permite descubrir cosas como que las espinas más grandes a veces están muy juntas unas a otras. “No hacemos estos para divertirnos, sino para explorar y conocer mejor la estructura de la neurona“, dice.
El origen de los valores
Investigadores como Annie Marquier han trabajado para conocer mejor las redes neuronales que funcionan fuera del cerebro. De hecho Marquier hablaba de “El cerebro del corazón” para referirse una red neuronal independiente que se ha descubierto en el corazón, y que empieza a conocerse cómo puede influir en nuestra forma de pensar. En este sentido de Felipe se muestra algo más esquivo y nos habla del sistema nervioso periférico. “En el tubo digestivo también hay neuronas, es un “cerebro” de las vísceras, pero tienen otras funciones, las que corresponden al sistema nervioso vegetativo. Antes se creía que el alma estaba en el corazón, pero ni el corazón ni el tubo digestivo tienen nada que ver con la capacidad de abstracción y lo mental, aunque haya neuronas ahí. Lo mental está en el cerebro“, explica, y luego añade que se sabe que “si se cambia de dieta el sistema entérico lo sabe y lo comunica al cerebro“, y es posible que esa persona se deprima a causa del cambio de dieta porque es el cerebro el que está reaccionando ante ese cambio. Pero, ¿qué es lo que nos identifica como humanos? Para de Felipe
Lo que nos diferencia de los animales es cómo interpretamos el mundo exterior. Tanto la retina como el procesamiento de las imágenes ya es distinto entre humanos y animales pero, en realidad no sabemos lo que nos hace humanos como tales”.
Al ver la corteza cerebral y los circuitos de humanos y animales todo parece igual. Algunos científicos piensan que la diferencia está en una mayor complejidad. Luego hay otros, entre los que se incluye el profesor de Felipe, que creen que además de la complejidad existen estructuras diferentes. Insiste en que hay características comunes, pero que es evidente que hay cosas que tienen que ser diferentes: “Lo claro es que si tienes cerebro de jirafa eres una jirafa“.
Le preguntamos al profesor de Felipe por la educación y los patrones de conducta éticos. Según de Felipe la educación intelectual (leer, escribir, los conceptos matemáticos…) es capaz de modificar permanentemente la estructura del cerebro pero, ¿cómo influye esa otra educación que es la de los valores humanos? El profesor opina que las emociones, la religión, el patriotismo y demás conceptos son actitudes mentales que dependen de la educación recibida. En China, dice, si no les han hablado nunca de la Virgen María nunca van a tener una aparición de la Virgen María. Igual que alguien que no conozca al Budha no lo va a ver jamás. De Felipe recuerda que en algunos poblados de Brasil el verde no es un color como conocemos nosotros, que denomina muchos verdes. Ellos tienen 50 variedades de verde diferentes que distinguen. Si dices sólo “verde” no te entienden. De Felipe entiende que “se trata de una forma de interpretar el mundo; no hay otro misterio”.
Todo depende, dice, “de lo que conocemos por nuestra educación o el ambiente en el que nacemos y crecemos”. No se habla exactamente de cambios permanente, sino duraderos, ya que siempre pueden volver a cambiar. Así, en opinión de de Felipe, es la sociedad la que crea las normas y nosotros los que las aceptamos, y nada más, de manera que si un niño nace en un hogar donde se acostumbre a engañar, lo verá como algo normal y acabará por hacerlo igual. No existen valores innatos en el ser humano, es el entorno el que lo define y, a pesar de eso nunca son creencias definitivas, porque las mismas personas tienen la capacidad de romper esas ideas y cambiarlas. Estamos en el campo de la neurobiología. Si nos adentramos en los dominios de las ciencias cognitivas, hay estudios que se han centrado en desvelar si existen valores innatos, un sentido ético con el que toda persona nace, independientemente de que luego este se pueda malear con el tiempo. La respuesta ha sido que sí, incluso en bebés de 6 meses han podido constatar el rechazo hacia las mañas conductas y el acercamiento natural hacia las consideradas como buenas.
Cuestión de eficiencia
Las investigaciones acerca del cerebro humano se hacen fundamentalmente sobre cerebros muertos. Las evidentes cuestiones éticas prohiben que muchas de ellas se hagan sobre cerebros vivos salvo con técnicas no invasivas o no dañinas, como la Resonancia Magnética o la Resonancia Magnética Funcional. Pero estudiar el cerebro muerto no es tan sencillo como pueda parecer. El tiempo post mortem del cerebro es de entre 2 y 3 horas, a partir de ahí este comienza a descomponer sus estructuras, por lo que no se puede saber si lo que estás viendo es así o es producto de la rápida descomposición de este órgano. De Felipe lamenta las dificultades con las que se encuentran los investigadores en este sentido, y considera que es la razón fundamental por la que no se avanza más en el conocimiento del cerebro y de algunas enfermedades como el Alzheimer.
Ahora hemos conseguido un cerebro de dos horas post mortem cedido para la ciencia por el fallecido con la aprobación de su familia. Ese cerebro lo estudiaremos muchos científicos, podremos comprenderlo mucho mejor y servirá para ayudar a muchos pacientes. El cerebro es como un libro que se puede leer y estudiar, y es una pena que se pierda esa historia”.
Una de las cuestiones que influyeron en el desencuentro de un nutrido grupo de científicos con el HBP fue el giro tecnológico (más bien a la empresa tecnológica) del mismo. Si bien dentro de los objetivos y necesidades iniciales del proyecto estaba el desarrollo de una tecnología que ayudase a procesar y desvelar los secretos de las estructuras neuronales a través de los miles y millones de datos que estas arrojan continuamente, la queja estaba en el excesivo acento en el desarrollo tecnológico de los avances de la neurociencia. Lo cierto es que es un plato muy goloso. Si la neurociencia necesita de la tecnología y de la Inteligencia Artificial para disponer de sistemas eficaces de simulación que logren procesar en media hora lo que podría tardar más de 40 años por métodos convencionales, también la Inteligencia Artificial necesita los avances de la neurociencia para desarrollar estructuras robóticas semejantes a las humanas. Y qué decir del neuromarketing. En cualquier caso ansia de conocimiento y ansia de dinero y poder buscan darse la mano. Algo que no es del agrado de mucha gente. De Felipe comenta que cuando se puso por primera vez en contacto con las empresa de IA no llegaba a identificar la razón de que tuvieran tanto interés en la neurobiología, “pero la razón es la posibilidad de crear ordenadores basados en lo biológico por la simple razón de que es más eficiente“. Según explica, la energía que consume nuestro cerebro con todo lo que es capaz de hacer es de 12 vatios, mientras que un ordenador consume 150.000 vatios. La eficiencia energética del cerebro humano es increíble, y los expertos en IA quieren saber cómo lo hace.
De Felipe se cuenta entre los defensores de que un mayor conocimiento del cerebro traerá una mayor felicidad. Le preguntamos cómo. Habla de los sistemas de recompensa del cerebro, sistemas que producen placer cuando se estimulan. Es lo que ocurre por ejemplo con elementos exógenos como las drogas o el azúcar. Sin embargo cosas como la música, la lectura o la escritura son capaces de estimular igualmente también las zonas del cerebro que dan placer. De Felipe defiende que si aprendemos a disfrutar de esas actividades potenciaremos de forma endógena, y más natural, nuestro cerebro, y este será mucho mejor.
¿Es entonces el cerebro la esencia de la humanidad? De Felipe se muestra contundente en esto: “Como neurocientífico no puedo pensar otra cosa. Si creyera que es algo mágico o externo no podría estudiar bien el cerebro“, concluye.